domingo, 6 de diciembre de 2009

La historia del árbol de Navidad

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Cada mes de diciembre se impone la tradición de adornar uno de los principales iconos navideños. Se trata de un rito cristiano que reconoce raíces paganas, en especial de los celtas, que al comenzar el solsticio de invierno adornaban un roble para asegurarse el regreso del Sol.

En invierno, los robles pierden sus hojas, de ahí que los celtas le adosaran pequeñas antorchas y ramas de especies perennes, en la creencia de que así lo protegían del frío invierno y lo ayudaban a recobrar fuerzas para retoñar en primavera.

Hoy, la ceremonia es más expeditiva: se va al mercado, se compra un pino o un abeto de plástico y se le cuelgan moños de seda, globos brillantes y luces eléctricas. Cabe agregar que la costumbre cristiana de colocar regalos a los pies del árbol y abrirlos en Navidad, también proviene de los celtas, quienes una vez producido el solsticio (21 de diciembre) se repartía entre las antorchas como augurio de un pronto verano.
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En el norte de Europa existió además el Árbol del Universo, llamado Yggdrasil, en cuya copa estaba el palacio de Odín, el máximo dios, de donde los primeros evangelistas tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole el significado.

Ocurría que mientras a Yggdrasil se le ofrecían sacrificios humanos, para los cristianos eso no hacía falta: Jesús ya había dado su vida en los maderos de la cruz (el árbol) para salvar a la humanidad.

A propósito de esto se cuenta que san Bonifacio, evangelizador de Alemania, sesgó con un hacha un árbol que representaba el Yggdrasil y ante el cual se estaba por sacrificar a un niño; y que de allí brotó milagrosamente un abeto.

Mientras los cristianos protestantes eligen el pino, los católicos no dudan en preferir el abeto y esto tiene que ver con que fue Martín Lutero, padre de la Reforma, quien impuso el pino como Árbol de Navidad, porque sus hojas, que simbolizan el eterno amor a Dios, debían ser perennes.
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A esta idea también adhirieron los católicos, pero para distinguirse de los protestantes lo suplantaron por el abeto, que además de hojas perennes, tiene una forma triangular que representa a la Santísima Trinidad.

Por su parte, los judíos poseen su Árbol de la Vida, que no existe materialmente, pero que se dibuja con diez redondeles, que representan las diez emanaciones espirituales o sefirots, a través de las cuales Dios habría dado origen a todo lo existente.

Estas diez emanaciones se interconectan a su vez con las 22 letras del alfabeto hebreo y su compleja interpretación entra en el terreno de la Cábala. El Árbol de Navidad también recuerda al manzano del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva, y de donde provino el pecado original.

Normalmente se cree que vestir el árbol enteramente de rojo, depara pasión; si de oro, riqueza; si de blanco, paz; si de azul, tranquilidad; si de amarillo, éxito; si de naranja, alegría; si de marrón o beige, trabajo; si de verde, esperanza.

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Pero para los católicos devotos, el simbolismo es otro: las esferas representan los rezos que se hacen durante el período de Adviento y sus colores responden, si son rojas, a peticiones; si plateadas, a agradecimiento; las doradas son de alabanza y las azules de arrepentimiento. Además, la estrella que se acostumbra poner en la punta del árbol representa la fe que debe guiar la vida del cristiano.

El Árbol de Navidad debe poseer entre 24 a 28 esferas, dependiendo de los días que tenga el Adviento, que se van colgando desde el 8 de diciembre hasta Nochebuena, y cada una se acompaña de una oración o un propósito.

Pasado el día de Reyes Magos, el árbol de plástico es despojado de sus adornos, doblado al medio y guardado hasta el próximo año en una caja, bien arriba, en el placard, para que no moleste. Pese a la perennidad que simboliza, sobrevive menos de un mes: apenas entre el 8 de diciembre y el 6 de enero.


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Para tener un buen año es tradición entre los cristianos armar el Arbol de Navidad el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción de María, y colgar en la puerta de entrada de la casa una corona de muérdago, para asegurar la bienaventura.

Se trata de una tradición bastante reciente, si se tiene en cuenta que a principios del siglo XX todo lo que existía era el Pesebre, con María, José y el Niño en el establo, algún pastor y su rebaño, la estrella de Belén titilando arriba y los tres Reyes Magos, con su mirra y sus obsequios, atravesando la arena, pero ni por asomo ningún árbol, ni corona.

¿De dónde salió entonces la cultura de adornar con soplillos, manzanas, luces y guirnaldas al abeto (o en su defecto un pino) y poner a sus pies los regalos de Navidad?

Podría uno remontarse al Génesis para explicarlo: "Y había plantado Dios un huerto en Edén al oriente y puso allí al hombre que formó. Había también hecho producir Dios, de la tierra, todo árbol deseable a la vista y bueno para comer; y el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de ciencia del Bien y del Mal".


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El árbol de la vida, deseable a la vista y bueno para comer, les hubiese otorgado a Adán y Eva la vida eterna; pero en cambio, la muy maldita (mujer al fin, habría dicho Pablo, que era misógino) comió y convidó del árbol del conocimiento, por lo que ambos fueron expulsados del Paraíso y condenados, ellos, y sus hijos, y los hijos de los hijos, por siempre, a morir.


De ahí que haya quienes aseguren que el Arbol de Navidad representa al inocente árbol de la vida, deseable a la vista y bueno para comer, que Eva despreció. ¡Pese a lo cual, le cuelgan rojas y lustrosas manzanas, la fruta del pecado original!

Se dirá que con no colgarle manzanas, está todo bien. No tanto: ocurre que para la cultura celta, que es unos cuantos miles de años anterior al cristianismo (y de la que éste tomó no pocas costumbres) el manzano representaba el amor.
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Los celtas adoraban tan en serio a los árboles, que hasta implementaron un horóscopo arbóreo, y ¡oh, casualidad! (¿o causalidad?) en el horóscopo celta son manzano las personas nacidas entre el 23 de diciembre y el 1 de enero, es decir, las venidas a este mundo en Navidad. En "Los árboles no mienten", su autora, la experta en horóscopo celta Annemarie Mütsch-Engel, ilustra que así es, y dice además que para los manzano "su más vivo deseo es amar y ser amado". No obstante, subraya que "en la intimidad del manzano dormitan las facultades de un científico", palabra esta última que remite al simbolismo del Génesis sobre el árbol de la ciencia del Bien y del Mal. ¿Un galimatías?
Los griegos también aportan lo suyo: ellos consagraban el pino a Dionisio, dios de la fertilidad, quien donó el vino al hombre y de paso creó el manzano para regalárselo a Afrodita, la diosa del amor, convirtiendo así a la manzana en una fruta erótica.

Una leyenda posterior a Homero recuerda además que Eris, diosa de la discordia, arrojó en medio de una boda (furiosa, porque no había sido invitada) una manzana de oro con la inscripción "para la más bella", lo que dio origen a la guerra de Troya y convirtió a la manzana en la fruta de la discordia.


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Dicho esto, habrá que convenir no usar jamás un manzano como Arbol de Navidad, por más amoroso que sea, ni cometer la fechoría de colgarle la fruta maldita y erótica al abeto, aunque los naturistas aseguren que es buenísima para alimentar al niño y
hacer que las madres que amamantan tengan suficiente leche.

Por fortuna, los celtas le otorgan al abeto un simbolismo muy apropiado para la Navidad: "Este árbol es el símbolo de la vida eterna", asegura Mütsch-Engel, para quien las personas abeto son las nacidas entre el 2 y el 11 de enero, período que comprende la fecha del 6, prevista para desarmarlo.


¿Cómo nos va con el pino? En las imágenes de Dionisio, a quien le estaba consagrado, se ve al dios con una varilla, el tirso, coronada con hojas de vid y de hiedras, terminada en forma de piña, el fruto de aquel árbol. La piña cerrada era para los romanos símbolo de virginidad y no por casualidad se la utiliza en las mesas navideñas.
Desde el punto de vista religioso, no es un azar que un árbol sea el protagonista de la fiesta de Navidad: también para la Cábala (tradición, en hebreo) en el Arbol de la Vida (o de los Shefirot) residen los valores de la sabiduría y el poder.
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Al Arbol del Edén, símbolo central del pacto entre Dios y el hombre, se le suman, entre otros, el Arbol de Acvattaha, de los hindúes; de Haoma, de los persas; de las Manzanas Aureas, del Jardín de la Hespérides; del Vellocino de Oro, de Jason; del Purgatorio, de Dante; y de la Cruz, del Nuevo Testamento.
Entre el segundo y tercer milenio antes de Cristo, una gran variedad de pueblos indoeuropeos tenían a los árboles como expresión de las fuerzas fecundantes de la Madre Naturaleza, por lo que les rendían culto.

Pero la costumbre de engalanarlo parece provenir de los celtas, para quienes el roble era su árbol sagrado: en invierno, al perder sus hojas, era adornado para atraer el espíritu de la Naturaleza que había huido.

El nombre celta del roble es "duir", de donde deriva la palabra "druida" con la que denominaban a sus sacerdotes, quienes a su vez utilizaban el muérdago para proteger las puertas de los hogares contra la intromisión de los malos espíritus, tal como hacen hoy los cristianos.

Fuentes:

//www.sitiosargentina.com.ar/notas/2007/diciembre/historia-arbol-navidad.htm



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1 comentarios:

Magia da Inês dijo...

Olá, amiga!
Voltei porque fiquei com saudade do seu cantinho...
Como sempre, cada vez melhor!...
Encantadora a história da árvore de natal... amei mesmo!!!
Belíssima postagem!...
Espero sua visitinha, quando puder...
Um ótimo fim de semana!
Beijinhos.
Itabira - Brasil